Cuando los motores del avión empezaron a subir de revoluciones, Ezra se inclinó hacia mí y me susurró:
—Si el avión sufre un accidente, caeremos al océano, y el océano está lleno de tiburones que podrían matarnos. Esta vez sí que tienes algo que temer.
—¿Se supone que eso debería servirme de consuelo? —le pregunté, apretando los dientes.
—No, en absoluto. Tan sólo pretendía asustarte, para que así dejes de pensar en... cosas.
Ezra y Alice.
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