—¡No me parece justo que vayas armada! —grité al verla empuñar el tubo con la intención de atizarme en las piernas.
Conseguí esquivarlo de un salto. Acuchilló el aire con su vara, y me habría dado a buen seguro si yo no hubiera saltado de nuevo, para aterrizar esta vez a cuatro patas.
—¿Y quién ha dicho que la vida sea justa? —replicó Violet, y rodé por el suelo para apartarme de su trayectoria. Clavó el tubo en el tejado y, de no haberme movido a tiempo, me habría empalado atravesándome el vientre.
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