—¿Qué hora es? —murmuré, enterrada todavía bajo el fino edredón del hotel.
—Algo más de la una, pero tenemos que ir tirando. Estamos desperdiciando la luz del día —dijo, y rió por el chiste que acababa de hacer.
Empezaba a pensar que su sentido del humor y el mío no tenían demasiado en común.
Ezra y Alice.
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